Solitarios
Megan observó, casi con indiferencia, como la noche lentamente
se cernía sobre la ciudad de Chicago a través de la ventana del apartamento.
Terminó de beber su café, la quinta taza desde que había regresado de la
universidad donde impartía clases de matemáticas. Un hondo suspiro le llenó el
pecho; le gustaba la soledad de aquellas cuatro paredes; muchas veces sentía
que solamente allí estaba segura. Su
rutina diaria consistía en levantarse temprano para preparar la clase, almorzar
en casa de sus padres y correr a la universidad para impartir clases de cinco a
siete para luego regresar al departamento donde no la esperaba nadie, a
excepción de un buen libro o una comedia romántica en la televisión. Theresa y
Calista, sus dos únicas amigas, le decían continuamente que era demasiado
aburrida para su edad, sobre todo le recordaban a cada rato que no sabía
aprovechar la belleza que la naturaleza le había dado. Lo más probable era que
tuviesen razón. Tal vez, lo que necesitaba era una emoción fuerte en su vida,
algo que la sacudiera por completo. Desde su ruptura con Timothy no había
salido con nadie y ya había pasado mucho tiempo desde que no se sentía halagada
por un hombre. Virtudes no le faltaban aunque a la hora de socializar con el
sexo opuesto, quedaba siempre rezagada. Se desplomó sobre el sofá de la sala y
hojeó el periódico. Un anuncio llamó rápidamente su atención.
Hombre
soltero, 32 años, profesional, culto y
de buen ver, busca entablar una relación amistosa con joven de características
acordes. Si te interesa, visita nuestra página web y concierta una cita con
Mister Solitario.
Megan sabía que estaba por cometer una locura, sin embargo,
entró en la página del sitio de citas, se registró usando el nick de Dama Solitaria y buscó el perfil de Mister Solitario.
Por fortuna había una foto. No estaba nada mal. Más abajo, la
agencia había puesto un número de contacto. Titubeó un momento antes de tomar el
teléfono. Su lado sensato le decía que no podía hacerlo, no obstante, había una
parte de ella que le gritaba que era sano de vez en cuando cometer una locura.
Por eso marcó el número y esperó a ser atendida.
Quince minutos más tarde ya tenía cita para la noche siguiente.
Había acordado con Mister Solitario
una cena en un restaurante de comida italiana. Él llevaría una camisa blanca y
ella un pañuelo rojo en el cuello.
Nerviosa y ansiosa, se fue a dormir.
Pero no todo salió como lo había planeado. Mister Solitario sí era guapo, con unos ojos azules, tan profundos
e inquietantes que Megan pensó de inmediato en un mar embravecido, una
impresionante voz de barítono y una sonrisa encantadora completaban el paquete,
aun así, con todos esos atributos, la
cita resultó un verdadero fiasco y Megan se aburrió como una ostra. Se despidió
de él amablemente y le dijo, solo por cortesía, que lo había pasado bien. No tenía intención de volver a verlo, con una
cita había sido más que suficiente.
Pasaron los días; Megan pronto se olvidó de Mister Solitario y de volver a tener una cita a ciegas.
El sábado por la noche, como solía hacerlo, se acurrucó en el
sofá de la sala para mirar una de sus películas favoritas, Lo que el viento se llevó.
Completamente ensimismada con la trama, no escuchó la puerta
abrirse; tampoco lo sintió acercarse. Mientras Rhett Butler besaba
apasionadamente a Scarlett O’Hara, el intruso colocó la cuerda alrededor de su
cuello, fue demasiado tarde para intentar ponerse a salvo.
Lo último que vio Megan Rutherford antes de dar el último
suspiro, fueron unos profundos ojos azules, del color del mar embravecido…
© Sienna Anderson
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Mío
Connecticut, Estados
Unidos, octubre de 2010
Adam McGarret, desconcertado, se rascó la
cabeza. Sobre su escritorio yacían los archivos del caso que acababan de
asignarle. La goma de mascar que tenía en la boca, que se movía casi con furia,
ayudaba a calmar la ansiedad. Le esperaban muchas horas de trabajo por delante,
después de quince años como detective de homicidios sabía cuando un caso se
parecía a un hueso duro de roer.
La víctima, Elliot Vincent, había sido
atropellado al salir de su propiedad por un conductor que se dio a la fuga. Al
principio, se pensó en un accidente, sin embargo esa teoría fue descartada
cuando la madre del muchacho soltó que su hijo temía por su vida. De inmediato,
la investigación se centró en el entorno de la víctima. Perdieron su tiempo ya
que nadie parecía beneficiarse con su muerte y nadie tenía un motivo real para
asesinarlo.
No obstante, tenía que haber algo…
Leyó por enésima vez las declaraciones de
la novia de la víctima, de sus padres y de uno de los mejores amigos. El más
interesante, era el testimonio de la madre quien insistía en que alguien había
amenazado a Elliot pocos días antes de ser atropellado. No hallaron mensajes
intimidatorios en su teléfono y así, las pistas se habían congelado.
Siguiendo una línea lógica, se concentró
en la novia de Elliot; Monique Stewart. Leyó la declaración de la muchacha con
sumo interés, fue entonces que reparó en
un detalle que había pasado por alto la primera vez que leyó su testimonio. Monique
había declarado que en el momento en que Elliot fue atropellado ella se
encontraba del otro lado de la ciudad porque debía reunirse con una amiga para realizar
unas compras. Pero no fue eso lo que llamó la atención de Adam, sino el hecho
de que la amiga de Monique, nunca se presentó a la cita. Descartó a la
acongojada novia casi de inmediato. Tenía una coartada sólida debido a que los
empleados del centro comercial corroboraron su historia. Buscó la declaración
de Patricia, la amiga de Monique, descubrió que la muchacha había dicho que no
se sentía bien y que había preferido no salir esa mañana. Vivía sola por lo
tanto nadie podía ratificar su coartada. Era el primer indicio que tenía y como
tal, debía investigarlo. Cerró los expedientes del caso, arrojó su goma de
mascar en el cesto de la basura y salió a la calle. Maldijo en silencio cuando
tuvo que subirse el cuello de la chaqueta. Odiaba el otoño y aquel mes de
octubre no había traído más que días grises y ventosos.
Patricia Calder lo recibió en su casa y
de inmediato, Adam notó su nerviosismo.
En la sala, mientras ella le preparaba un
café, Adam observó unas cuantas fotografías en donde aparecía la víctima, su
novia y ella. Elliot no faltaba en ninguna de las imágenes.
—¿Era muy unida a Elliot? –preguntó Adam
estudiando su reacción.
La joven se sentó, juntó ambas manos
encima de su regazo y lo miró a los ojos.
—Era el novio de mi amiga.
Adam caminó hacia la ventana que daba al
patio, allí vio un auto estacionado.
—Bonito modelo.
—Sí, pero no funciona. Lleva parado al
menos un mes. Debo llevarlo al taller pero nunca tengo tiempo…
Adam se giró sobre sus talones y le clavó
la mirada a Patricia Carver.
—Eso es mentira y lo sabe.
—¿Cómo dice?
— Hay un montón de hojas en el suelo, sin
embargo el techo está limpio; señal de que el auto fue movido. Apuesto a que si
los peritos lo analizan, hallarán rastros de que usted atropelló ayer a la
mañana al novio de su amiga.
Patricia se puso de pie de inmediato. Se
quitó las gafas y suspiró hondo.
Adam percibió cierto alivio en el semblante de
la mujer.
—Yo lo amaba… como Monique nunca lo
amaría, pero él se rió de mi amor… ¿lo comprende? Él simplemente se rió de mi
amor…
Adam sacó las esposas del bolsillo de su
chaqueta y se las colocó a Patricia.
—Señorita Carver, está usted detenida por
el homicidio de Elliot Vincent…
Mientras Adam le leía sus derechos, la
joven solo repetía una cosa:
Si no era para
mí… no iba a ser de nadie…
© Sienna Anderson
6 comentarios:
Muy interesantes los relatos. Besos,me has alegrado un rato la noche ;) besos
interesantisimos los dos cuentos, te felicito, realmente sos una muy buena escritora, ana maria
Quedé O.O con el primero... realmente muy bueno... me encantan los finales abiertos XD
El segundo también está espectacular ^_^
Muy buenos relatos, sobre todo el primero... me encantaron...
Interesantes e intensos los relatos, el primero más, realmente me sorprendió. Sienna está trabajando mucho estos días, felicidades!
Estupendos relatos. Un beso, Ana.
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