domingo, 6 de diciembre de 2009

Fragmento de El Guardián

Aquí les dejo un fragmento de mi nueva novela El Guardián, Luarna Ediciones

Prólogo

Ani, ciudad de la Antigua Armenia; año 1770.

Las lenguas enfurecidas de fuego ascendían a través de los muros sin dar un segundo de tregua; devorando todo lo que encontraban a su paso. Las llamas iluminaban aquella noche fría y negra de una manera amenazadora y cruel.
El monasterio, erigido hacía más de quinientos años atrás, se desdibujaba debido a la fuerza de aquel incendio que parecía haberse iniciado desde el mismísimo infierno.
Alguien se movía en medio de aquel caos con sigilo, como si no tuviera prisa en marcharse y escapar de una muerte segura y terriblemente dolorosa.
La misión que debía llevar a cabo no le permitía acobardarse y huir. Él era un hombre valiente, criado para no rendirse ante el menor peligro.
Debía poner a salvo la reliquia; el fuego no podía acabar con siglos de historia. Arsen era perfectamente consciente de ello y no se marcharía hasta que cumpliera su objetivo, no importaba si perecía en el intento.
Se mezcló rápidamente entre los demás monjes que corrían desesperadamente con vasijas llenas de agua que lanzaban contra las llamas hambrientas.
Nadie notó su presencia vestido con aquella túnica raída y sucia con hollín. Tampoco se dieron cuenta con que cuidado llevaba envuelto un objeto que apretaba con fuerza contra su estómago.
Se sintió tan importante en ese momento; el guardián de uno de los tesoros más antiguos de la humanidad. Un tesoro que había jurado proteger con su propia vida.
Arsen estaba a punto de escabullirse por uno de los muros laterales del monasterio cuando una mano le sujetó con fuerza uno de sus pies.
―Hermano… ―uno de los monjes, con el rostro parcialmente quemado, lo miraba con desesperación desde el suelo― ¡Ayúdame!
No podía perder tiempo; su misión era mucho más importante que la vida de aquel pobre hombre. Se zafó de la mano huesuda que se había aferrado a su tobillo con la misma fuerza que un perro se prende a su presa y se marchó sin siquiera echarle una última mirada.
No podía ponerse piadoso ahora, debía escaparse de allí y encontrar un sitio seguro en donde esconder el tesoro que acunaba entre sus manos. Ponerlo a salvo era lo único que debía hacer.
Una tarea que había sido asignada a todos los varones primogénitos de su familia por generaciones enteras. Y sabía muy bien que debía poner su propia vida en ello; así lo había hecho su padre, su abuelo y todos sus ancestros. Él no podía desmerecer ese honor. Su familia había sido la elegida para proteger la reliquia a través de los siglos y él no sería el primero en fallar.
Logró trepar hasta una ventana en una de las celdas en donde el fuego aún no había llegado. En un segundo estuvo fuera, logró caer sobre una mata de brezos y solo sufrió unos cuantos rasguños. El caos le había hecho perder el sentido de la orientación por unos segundos, Arsen no recordaba donde lo esperaba su caballo, listo para huir. Miró a su alrededor; divisó el río Akhurian hacia el oeste.
Caminó unos cuantos metros cuando divisó una de las iglesias. El incendio solo se había propagado por el monasterio; las construcciones que lo rodeaban permanecían intactas.
Se dirigió hacia allá a toda prisa. Encontró el lugar completamente vacío. Perfecto. Tal vez no necesitaría recorrer muchos kilómetros para llevar a cabo su misión. Además era peligroso viajar con aquel tesoro escondido entre unos cuantos lienzos; podía toparse con ladrones en el camino que no titubearían ni un segundo en degollarlo y robarse la pieza que escondía con tanto recelo.
Tomó una de las antorchas que colgaban al costado de la puerta de acceso y recorrió palmo a palmo el interior del lugar.
No tuvo que buscar mucho; lo supo, cuando lo vio, que ese sería el refugio perfecto. La morada en donde descansaría aquel tesoro a través de los siglos venideros.
Arsen colocó la reliquia todavía envuelta y la dejó con cuidado sobre el piso de piedra frío y húmedo. Se arrodilló, sacó de entre sus ropas un buril puntiagudo y comenzó a escarbar alrededor de uno de los bloques de piedra con fuerza. Le llevó más tiempo de lo esperado pero su rostro se iluminó cuando finalmente la piedra terminó de ceder. La quitó y sus manos sudadas cavaron un hoyo lo suficientemente profundo para albergar el tesoro que su familia resguardaba hacía cientos de generaciones.
Tomó la reliquia y antes de colocarla en el hoyo, la destapó y la observó una vez más. Era inevitable sentirse sobrecogido ante aquella pieza que sostenía ahora entre sus manos.
Arsen se sintió invadido por una paz inexplicable y por un momento, el bullicio de los monjes desesperados por aplacar las llamas del infierno que se habían desatado en Ani, desapareció por completo.
Un silencio profundo, etéreo, inundó cada rincón del lugar y supo entonces que no se había equivocado; aquella iglesia sería la última morada de una de las reliquias más sagradas del mundo.
La envolvió y con cuidado la metió dentro del hoyo. La cubrió con tierra y luego colocó la piedra encima, asegurándose que nadie notase que había sido removida. Se puso de pie y se persignó.
Su tarea estaba cumplida; la misión que cargaba su familia ahora pasaría a manos de las generaciones futuras.
Salió de la iglesia y encontró a su caballo atado en un árbol, se apeó y se marchó a todo galope del lugar sin mirar hacia atrás, mientras el fuego terminaba de devorar los muros del monasterio que había sido su hogar los últimos cinco años de su vida.


I

Manchester, Inglaterra, Mayo de 2008.
Kristopher Davros observó con detenimiento una de las tantas obras que colgaban de una de las paredes del Museo de Manchester. No era un amante apasionado del arte barroco ni de ningún otro pero sabía apreciar una buena obra de arte cuando la tenía enfrente.
Entrecerró los ojos y se cruzó de brazos; una mano descansaba en su mentón mientras los dedos de la otra tamborileaban inquietos contra el impecable saco de seda italiana que formaba parte de su atuendo esa tarde.
Tenía una cita con el director del museo y como era su costumbre había llegado con más de media hora de antelación. La puntualidad era seguramente la mayor de sus virtudes y nadie lo podía negar.
Kristopher Davros podía ser caratulado de pedante muchas veces pero nunca de llegar tarde a una cita. Mucho menos a una cita tan importante como aquella.
Estaba entretenido observando la pintura cuando unos gritos llegaron hasta él. Era una voz femenina y era obvio que la dueña de esa voz chillona estaba muy enfadada. Se dio media vuelta, pero en ese sector de la galería no había nadie más que él. Comenzó a moverse, siguiendo los gritos agudos de aquella mujer quien parecía estar presa de un ataque de nervios. Llegó hasta la galería contigua y entonces descubrió que la mujer no estaba sola. Un hombre la acompañaba y al parecer no tenía ninguna intención de hacer caso a las súplicas de la mujer de que se marchara y la dejara en paz.
Kristopher no supo si intervenir o esperar a ver que sucedía. No parecía que estuviera en serios problemas; en realidad solo parecía tratarse de una pelea entre novios. Se recostó contra una pared y agudizó el oído. Desde donde se encontraban, ellos no podían notar su presencia.
―¡Te he dicho que no vuelvas a buscarme! ―espetó la joven apuntando con su dedo índice al rostro de su interlocutor― ¡Odio cuando te apareces aquí, creyéndote mi dueño!
―¡Lexie, no me hagas esto! ―suplicaba el hombre intentando asir a la nerviosa mujer por los hombros― ¡No vas a dejarme ahora!
La tal Lexie alzó las manos y soltó una carcajada.
―¡Ted, por Dios! ―sacudió la cabeza― ¡Solo hemos salido unas pocas veces!
―¡Pero yo me enamoré de ti, Lexie!
―Lo siento, Ted. Pero yo no siento lo mismo por ti ―le lanzó una mirada comprensiva― La pasé bien contigo, pero eso fue todo.
―Lexie… ―le asió la mano con fuerza― ¿Acaso has conocido a alguien más?
Lexie dio un paso atrás y observó a su alrededor, buscando salir de aquella situación embarazosa de una vez por todas.
Fue entonces que lo vio y por un segundo se convenció a sí misma que aquella podría ser la solución perfecta.
―¿No dices nada? ―Ted no la soltaba― ¿Entonces es verdad? ¿Tienes a otro? ¿Es eso?
Lexie clavó sus ojos negros en la figura masculina que pretendía pasar desapercibida detrás de unos de los muros que conducían a la galería principal del museo.
―¡Cariño! ―llamó a gritos― ¡Será mejor que salgas, David ya sospecha lo nuestro!
Kristopher se echó para atrás, tratando de hacerse invisible pero comprendió que ya era tarde; lo había visto. Ella le hacía señas de que se le acercara.
¡Dios! ¡Aquella mujer debía estar loca, no podía estar dirigiéndose a él! Entonces la miró y descubrió que en efecto, era a él a quien estaba llamando. Kristopher se quedó inmóvil por un segundo pero no podía permanecer ajeno a lo que estaba sucediendo. La mujer estaba pidiendo su ayuda y él, como todo un caballero y a pesar de lo absurdo de la situación, nunca dejaría a una dama en peligro.
Suspiró hondo un par de veces y salió de su escondite improvisado, maldiciendo en silencio por haber sido tan tonto y dejarse ver. Si se hubiera escondido mejor y hubiera hecho oídos sordos a sus gritos no estaría a punto de cometer la locura que estaba a punto de cometer.
Caminó pausadamente, como midiendo cada paso y mientras se acercaba a la pareja furibunda, notó de inmediato la mirada asesina del tal Ted sobre él.
Lexie se acercó y asió a Kristopher del brazo, atrayéndolo hacia ella.
―David, te presento a… ― se detuvo un segundo mientras pensaba en lo que diría a continuación ―Te presento a mi novio ―dijo tranquilamente. Kristopher estiró el brazo.
―Kristopher Davros― se presentó.
El tal Ted ni siquiera le devolvió el saludo.
―¿Y se puede saber donde has conseguido un novio tan… distinguido, Lexie?
Tanto Ted como Lexie notaron de inmediato que Kristopher Davros era un hombre de clase alta; su ropa fina y su porte así lo demostraban.
―Lexie y yo nos conocimos en una cena de beneficencia que organizó el museo ―respondió Kristopher pasando su brazo por la cintura estrecha de la mujer que se había convertido en un segundo en su nueva novia.
Lexie se movió inquieta; era consciente que no podía hacer nada para que aquel desconocido le quitara las manos de encima, debía seguir con el jueguito que ella misma había comenzado.
―Así es, nos conocimos hace dos semanas, Ted ―agregó nerviosa.
―¡Es decir que salías con ambos al mismo tiempo! ―Ted la miró despectivamente ―¡No eres más que una cualquiera!
A Lexie no le importaba lo que Ted Pearson pensara de ella en ese momento, lo único que quería era deshacerse de él de una vez por todas. Sin embargo, a Kristopher le cayeron mal las palabras de aquel hombre tan grosero y altanero.
―¡Discúlpate con la señorita en este mismo momento! ―le espetó levantando la voz por primera vez.
Ted Pearson los miró a ambos y se les rió en la cara.
―¡Puedes quedarte con la putita si lo deseas! ―se dio media vuelta ―¡Aprovéchala mientras puedas, antes que te haga lo mismo que me hizo a mí! ―soltó antes de marcharse del museo.
Lexie suspiró aliviada mientras lo observaba atravesar la puerta de cristal que conducía a la calle. Finalmente había sacado de su vida a un hombre fastidioso como Ted Pearson y se lo debía a un completo extraño.
Cuando se dio cuenta que todavía seguía prendida de su brazo, se soltó de inmediato.
―Parece que te has librado de una buena ―comentó Kristopher separándose de ella.
Lexie le sonrió. Estaba terriblemente avergonzada; no solo porque aquel hombre había sido testigo de la pelea sino también por haberlo involucrado en todo el asunto.
―Lo siento ―se disculpó agachando la mirada ―No debí hacerlo pero en ese momento fue lo único que se me ocurrió para salir del paso.
Él le sonrió y ella entonces descubrió que para él había sido divertida toda aquella confusión.
―No te preocupes.
Lexie alzó la mirada. Él clavó sus ojos color cielo en los de ella y por un segundo, no supo que decir o que hacer.
―Fue un placer haberte ayudado.
Lexie se sonrojó ante aquella mirada tan intensamente azul que él le prodigaba sin ningún reparo.
―No… no debí involucrarlo… pero lo vi y…― estaba tartamudeando y se sintió la mujer más tonta del mundo en ese instante.
―No importa, en serio― dijo Kristopher para tranquilizarla― Fue bastante raro, pero confieso que me gustó ser tu novio al menos por un par de minutos.
Él había desviado la mirada y Lexie creyó morirse cuando descubrió hacia donde estaban apuntando ahora. Con un movimiento rápido se cerró el escote de la blusa color caramelo que llevaba y le dirigió una mirada censuradora.
―Gracias ―se limitó a responder con cierta prudencia. Aquel hombre no dejaba de ser un completo desconocido y sin embargo no le había importado hacerse pasar por su novio para librarla del acoso de Ted.
―De nada ―Kristopher extendió la mano ―Creo que nadie nos ha presentado oficialmente. Soy Kristopher Davros.
Lexie lo había oído perfectamente la primera vez que él se había presentado y aquel nombre se había quedado grabado en su mente de una manera casi inexplicable.
―Lexie Jones ―dijo apretando su mano para soltarla casi de inmediato.
―Muy bien, Lexie Jones, espero que volvamos a vernos algún día ―dijo él sin apartar la mirada de aquellos ojos negros que lo observaban con recelo.
―Lo dudo, señor Davros.
―Kristopher ―la corrigió, sonriéndole con amabilidad.
―Kristopher ―repitió ella ―Si me disculpa, debo volver a mi puesto de trabajo.
―Por supuesto. No te quito más tu tiempo.
Lexie se despidió y caminó a toda prisa a través de la galería rumbo a su oficina. No supo por qué pero necesitaba alejarse de aquel hombre cuanto antes y acabar con aquella sensación que le provocaba su cercanía.
---------
―¡Esa es una noticia maravillosa, David!
Lexie y su jefe, David Spender se encontraban en la oficina de éste último tomando un café mientras compartían las novedades del día.
―¡Lo sé, lo sé! ―las gafas cayeron a través de la nariz puntiaguda de David cuando pegó un saltito en su silla ―¡Es una oportunidad única y el museo no puede darse el lujo de desaprovecharla!
Lexie lo sabía mejor que nadie. Hacía más de dos años que trabajaba en el museo como asistente del Departamento de Arqueología y hacía mucho tiempo que el museo no era contactado para llevar a cabo una investigación de semejante envergadura. No había comentado nada, pero se moría porque David le pidiera ser parte del proyecto. Se había recibido con honores y era una de las arqueólogas con más futuro dentro del plantel del museo, pero debía conformarse por ahora en ser solo su asistente. No se quejaba, lo tomaba como una etapa en la que podía ganar mucha experiencia, pero anhelaba, en un futuro no muy lejano, ser nombrada como una de las encargadas del área de Arqueología del museo. Bebió un sorbo de café y suspiró resignada.
―Supongo que ya habrán designado a las personas que irán a la expedición ―dijo intentando indagar con su jefe. David la miró y le sonrió comprensivamente.
―En este momento el director Allentown está reunido con el patrocinador de la expedición.
―¿Quién es? ―preguntó curiosa Lexie.
David dejó la taza vacía sobre la bandeja de plata.
―No sé mucho al respecto todavía; solo sé que se trata de un millonario un tanto excéntrico que ha deseado llevar a cabo esta expedición desde hace tiempo. Al parecer, se puso en contacto con el director y su oferta fue imposible de rechazar.
―Puedo imaginarlo.
Sin dudas, el patrocinio y una importante suma de dinero sacarían al museo de la crisis que venía soportando hacía un par de meses; eso sin contar con el prestigio que significaba emprender una gran investigación arqueológica. Si aquel excéntrico millonario había confiado en ellos no podían defraudarlo. Les iba su reputación y buen nombre en ello.
Lexie se sobresaltó cuando alguien llamó a la puerta.
―Lexie, señor Spender, el señor Allentown los espera en su oficina ―anunció Pamela, la secretaria del director del museo.
Lexie y David se miraron por un segundo, si el gran jefe los mandaba a llamar era porque tenía algo importante que comunicarles. Ambos desearon en silencio que les pidiera ser parte de la expedición que saldría para Turquía en tan solo una semana.
Cuando entraron en la oficina de Ross Allentown, encontraron al director cómodamente sentado en su silla giratoria. Había un hombre sentado enfrente que les daba la espalda.
―Lexie, David, que bueno que llegaron ―les indicó que tomaran asiento en el sofá junto a la ventana. El hombre que les daba la espalda ni siquiera se movió.
―Tengo una noticia importante, muchachos ―el rostro regordete de Ross Allentown se iluminó con una sonrisa de oreja a oreja.
Lexie sintió que el corazón comenzaba a latir más de prisa dentro de su pecho. Tenía el presentimiento que estaba a punto de escuchar lo que tanto quería oír desde que se había sumado al staff del museo.
―El señor Davros ha pedido expresamente que ambos se sumen a la expedición a Turquía.
El hombre sentado en la silla se giró y el corazón de Lexie ahora se detuvo por un instante cuando se enfrentó a Kristopher Davros por segunda vez en aquel día.


Si quieren saber como sigue tendrán que comprar la novela ;-)

https://www.luarna.com/Paginas%20comunes/DispFormLuarna.aspx?idlibro=68

2 comentarios:

firiel dijo...

ains, te encontré en novelass.. mil felcitaciones por tu novela.....

y claro que quiero participar jejejejejej..
bueno soy firiel, y no te pierdas por el foro, mira q todas somos muy lindas y simpaticas...

por cierto vistita mi blog...

http//bittersimphony.blogspot.com

bye bye

Andrea Milano dijo...

Ya estás participando firiel!
Mucha suerte! me pasaré por tu blog!!

Visita también...

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